A partir de los 16 años, empecé a trabajar en el golf más en serio. Es decir, empecé a jugar fuera de las vacaciones escolares. En el verano de mi 14º cumpleaños, 1959, bajé de 20 a 16 de handicap; en 1960, de 16 a 10 de handicap; en 1961, de 10 a 6; en 1962, de 6 a 3. Después, ¡mi descenso fue más lento! Durante esos veranos, recuerdo que tomé unas 3 clases de una hora con mi querido profesor Raymond Garaïalde, que jugué muchos partidos amistosos, que no jugué muchas competiciones de dobles que te destrozan el swing, que pegué muy pocas bolas (golpes grandes) fuera de las clases pero que practiqué mucho el juego pequeño: putt, cuarto de wedge, y mucho putt...". 

Aquí estoy, al principio de una carrera llena de viajes, encuentros, experiencias, decepciones y satisfacciones. Intentaré contarles todo lo que pueda interesarles.

Como he dicho antes, no jugué al golf en París hasta los 16 años cuando, al darme cuenta de que cada vez me gustaba más y que se me daba bastante bien, mamá me llevó regularmente a tomar clases con Raymond Garaïalde en La Boulie y empecé a jugar algunos campeonatos junior y luego femeninos. 

Fue durante estas lecciones en La Boulie que tuvo lugar un episodio que decidió mi futuro golf y sin duda mi carrera. Durante varias lecciones seguidas, enviaba regularmente mi bola fuera del campo de prácticas por la derecha (esto sorprenderá a muchas personas que me conocieron después porque mi defecto es más bien el de saltador (probablemente vasco). Dicho esto, hubo una reunión entre mi padre, Raymond Garaïalde, Jean su hijo y Jean-Claude Harismendy y yo para saber si me convenía doblar la muñeca izquierda en la parte superior de mi swing para corregir este slice. Esta idea se le ocurrió a Arnold Palmer, que fue uno de los primeros en hacerlo porque, con un swing recto y un grip clásico, era necesario encontrar la manera de no cortar la bola. Ese día todos se pusieron de acuerdo para probar este método con un pivote máximo. El resultado fueron unos golpes muy potentes para mi estatura (1m 63) y una bola que rodaba mucho. También el hecho de tener un swing recto me permitió levantar la bola con facilidad tanto en el drive, como para mis hierros largos, especialmente mi hierro 1 que me ayudó a ganar muchos torneos; nombraré especialmente el Campeonato Británico donde, sólo durante la final de 18 hoyos utilicé varias veces el hierro 1 en lugar del drive desde el principio porque el campo era estrecho pero no muy largo (Royal Portrush en Irlanda del Norte).

¡A pesar de esta pequeña actividad golfística parisina, equilibrada por dos meses y medio en Chantaco en verano, continué mis estudios normales primero en el Cours Victor Hugo y luego, con mi gusto por las Matemáticas (¡esto me ayudó a contar mis golpes más tarde!) acabé haciendo Matemáticas Elem en el Lycée Janson de Sailly, siguiendo los pasos de mis hermanos, pero muy ligeramente, y aprobé el bachillerato gracias a una muy buena nota en gimnasia y en inglés! Tuve que hacer una elección en aquella época porque los exámenes siempre coincidían con los campeonatos, pero esta elección no fue difícil de hacer porque mi pasión por el deporte en general, por los viajes y por la emoción de los campeonatos ya estaba bien anclada en mí. Sin embargo, conseguí asistir durante dos años a la Escuela Superior de Intérpretes y Traductores con mis dos idiomas, el inglés y el español. Y aconsejo a todos los jóvenes golfistas del futuro que estudien lo máximo posible porque, en primer lugar, les quitará el estrés de saber que si fracasan o abandonan su carrera deportiva tendrán algo a lo que recurrir y, en segundo lugar, el golf necesita mucha madurez y la experiencia demuestra que hay muy pocos grandes campeones antes de los 22 o 23 años en el caso de las mujeres y 25 o 26 en el de los hombres. Esto les da mucho tiempo, si se organizan bien, para llevar a cabo sus estudios y su golf al mismo tiempo. Al final de sus estudios, serán libres para pasar uno o dos años como golfistas de alto nivel. No soy en absoluto de la opinión de empujar a los muy jóvenes, que suelen estancarse después de alcanzar un buen nivel y sólo a veces recuperan el aliento después de varios años y, si no, se encuentran sin tarjeta para jugar su futuro y se sienten, con razón, muy frustrados. El golf necesita empezar de joven con buenos profesores y luego, como una fruta para ser lo mejor que puede ser, no debe ser empujado sino madurado a su propia velocidad con toda la educación adicional posible.

El año en que cumplí 19 años fue el inicio de mi carrera con dos puntuaciones de 66 y una de 65 en Chantaco en verano. Noté que cada vez era más constante gracias a un método que me enseñó mi madre: la hoja de temperatura. Consiste en marcar todos los scores realizados (ingresando todos los putts) en partidos amistosos o competencias en Medal Play y te permite ver por ti mismo tu regularidad, tus accidentes, tus períodos de forma o de mala forma. Lo recomiendo a todos los jugadores de cierto nivel (inferior a 15). Se aplicarán más hasta el final de los partidos aguantando aunque jueguen mal para no ver una flecha hacia arriba y así no dejar caer nunca un hoyo que es tan importante en Medal Play.

Ese verano mamá me dio a elegir entre jugar en el Girls' (British Girls Under 19 Championship) o en el British Ladies (el mismo campeonato pero para todas las jugadoras). Digo que me dio a elegir, pero relativamente, porque no creo que estuviera muy dispuesta a dejar Chantaco en pleno agosto. 

Sin embargo, tenía razón al animarme a ir a jugar mi primer Campeonato Británico en Newcastle County Down, donde ella misma, en 1927, y luego Lally Segard, habían ganado ese mismo campeonato. 

Tuve la alegría de ver ganar a una francesa, Brigitte Varangot, a pesar de una fuerte angina de pecho (pero como le dijo Lally por teléfono: "¡No se juega al golf con las amígdalas!"). También me enorgulleció vencer a Barbara MacIntire en una de las pocas rondas que jugué y alcanzar los cuartos de final, lo que me hizo recibir un telegrama de mi padre que decía: "Enhorabuena. Ya has ganado dos ruedas en tu coche". La explicación de esta carta era que me había prometido regalarme un coche el día que ganara un campeonato porque consideraba que era necesario saber controlarse para conducir un coche con seguridad y que yo lo habría demostrado en caso de victoria. Pocos días después gané el Campeonato del Mundo....

Pero antes incluso de poder jugar en el equipo del Campeonato del Mundo, tuve que disputar un clasificatorio que creo que es uno de mis peores recuerdos del golf por la tensión que conllevaba y por el hecho de que jugaba contra una amiga, Odile Semelaigne. Era un recorrido muy largo de 36 hoyos que se jugaba en dos días y en el que, tras empatar el primero, el segundo día batí el récord del campo con 70 golpes y me clasifiqué para el primer Campeonato del Mundo. Esto tuvo la ventaja de conocer muy bien el campo y de estar bajo tensión nerviosa un mes antes del campeonato, lo que quizás me permitió afrontar mejor el campeonato en sí. 

Así que llegamos a este Campeonato tan difícil de jugar, tan difícil de ganar, pero que para mí es un enorme saco de momentos de tal intensidad que serán muy difíciles de olvidar. Las principales razones son jugar como un equipo y por tu país, con la responsabilidad en cada golpe.